libre (3ºparte)

Las ventanillas estaban bajas; el aire caliente se arremolinaba.

- ¿No preferís el aire acondicionado?

- Si, seria mejor.

Casi al instante las ventanillas se alzaron automáticamente y una exhalación grave comenzó a escapar por las entradas de aire del auto. El zumbido hacía vibrar los timpanos. La temperatura empezó a bajar. Más allá de la ventanilla las cosas comenzaron a sucederse sin emitir sonidos, privadas de una parte de sus cualidades, que el interior del coche cambiaba por un rumor monótono. Edificios, árboles, hombres y mujeres, alcantarillas, vidrieras de negocios, carteles, autos, columnas, perros, lámparas de alumbrado público, cables, pájaros, se convertian en elementos de paisajes efímeros e irrepetibles. Hipnotizados, hicieron silencio durante un rato.
























Mientras tanto la ciudad había ido presentando nuevas fisonomias. Ahora atravesaban una zona residencial, de casas bajas con jardines en el frente. Lo que el centro bancario reprimía bajo toneladas de cemento, del que se salvaban algunos árboles y una plaza, aquí alcanzaba a emerger un poco por todos lados. El pavimento era de un gris más claro. El hombre metió la mano derecha en el bolsillo izquierdo de su camisa y sacó un paquete de cigarrillos.

- Perdón, ¿Te molesta si fumo?

- La verdad que sí. El auto está cerrado herméticamente, el humo no se va a ir por ningún lado. Me va a hacer mal. Además, acá hay una cartel que dice prohibido fumar.

Con un dedo rígidamente extendido la mujer daba golpecitos secos a un adhesivo pegado en el respaldo del acompañante. El tipo no lo había visto, ahora tampoco lo vió.

- Ningún problema, fumo cuando lleguemos.

Guardó los cigarrillos.

libre (2º parte)

El tipo puso primera y el auto empezó a desplazarse. Mientras tanto hizo un calculo rapido: se hallaban lejos del destino fijado. Trató de imaginar el recorrido más corto, con la menor cantidad posible de semáforos y detenciones innecesarias. Doblar en Ford, después en Edison, después en Santa Fe hasta encontrar Canonica le pareció lo más adecuado. Presionó el acelerador y lo soltó enseguida; el impulso se extinguió justo debajo del semáforo, en rojo, de Ford.

- Quisiera saber por donde tenes pensado agarrar, dijo la mujer.
- Ahora doblo en Ford, y después agarro Edison hasta Santa Fe, dijo confiado, después de ese primer tuteo.
- ¿No te parece mejor ir por acá hasta Gutemberg?
- Para nada, es mas largo y hay un monton de semaforos.
La advertencia sonora del guiño marcaba el ritmo de la espera.
- No, no, vamos por acá.
La taxista enfatizaba.
- Está bien, vamos por acá.

El tipo no quería entrar en problemas, no quería tener que buscar otro taxi. Quitó el guiño y se entretuvo mirando un cartel publicitario gigantesco instalado en la terraza de un edificio. Era una mujer de pelo largo, castaño, con unos ojos verdes que, así ampliados, dejaban ver nítidamente cada filamento de la pupila, cada pequenisima vena. Las pestañas eran facilmente distinguibles una de otra.

Un bocinazo le advirtió que debia moverse.
Un último vistazo a la mujer: el límite del cartel coincidía con la punta de su nariz. Ni siquiera vio qué ofrecia.

libre (1º parte)


Bajaba corriendo y resbaló con el borde de un escalón. Imaginen un instante desenfocado, los zapatos de suela lisa escapando a su dominio. Alcanzó a aferrarse del pasamanos.

Suspiró aliviado. A pesar del susto siguió bajando a toda velocidad. Todavía le faltaban tres pisos.

Cuando salió a la calle, los treinta y siete grados fueron una ola invisible que lo envolvió por completo. Le resultaba dificil respirar. Una gota de transpiración fue desde su frente hasta la nariz. Se la secó con la manga de la camisa. Desde donde estaba vio un taxi en la parada de la esquina. Pensó que tenia suerte, porque a las tres de la tarde de un dia de verano, aunque fuese laborable, la ciudad quedaba desierta. Por lo general tenia que llamar al radio-taxi y armarse de paciencia.

Mientras caminaba hacia la esquina notó que una mujer ocupaba el asiento trasero del coche. Tenia un telefono celular contra la oreja, un brazo sobresalia por la ventanilla, se movía permanentemente, acompañando la voz con gestos nerviosos. El tipo no quiso interrumpir la conversación, hizo una seña, y la mujer asintio con un movimiento seco de la cabeza. Inmediatamente concluyó la llamada. En ese momento el hombre abrio la puerta del conductor y se metió en el auto. Encontró la llave de arranque en su lugar, la hizo girar y el motor apagado resucitó con un espasmo violento. Apoyó su mano sobre la palanca de cambios, buscó a la mujer en el espejo retrovisor y dijo:

- Buenas tardes, ¿dónde vamos?

La taxista estaba ocupada ordenando sus cosas, ni siquiera levantó la cabeza.

- Buenas tardes. Veamos… Canónica y Gutemberg, por favor.

- Cómo no.