no me resisto a foucault

Otro uso de la historia: la disociación sistemática de nuestra identidad. Porque esta identidad, bien débil por otra parte, que intentamos asegurar y ensamblar bajo una máscara, no es más que una parodia: el plural la habita, numerosas almas se pelean en ella; los sistemas se entrecruzan y se dominan unos a los otros. Cuando se ha estudiado la historia, uno se siente “feliz” por oposición a los metafísicos, de abrigar en sí no un alma inmortal, sino muchas almas mortales. Y en cada una de estas almas, la historia no descubrirá una identidad olvidada, siempre presta a nacer de nuevo, sino un complejo sistema de elementos múltiples a su vez, distintos, no dominados por ningún poder de síntesis: “es un signo de cultura superior mantener en plena conciencia ciertas fases de la evolución que los hombres ínfimos atraviesan sin pensar en ello. El primer resultado es que comprendemos a nuestros semejantes como sistemas enteramente determinados y como representantes de culturas diferentes, es decir como necesarios y como modificables. Y de rechazo: que en nuestra propia evolución,
somos capaces de separar trozos y de considerarlos separadamente”. La historia, genealógicamente dirigida, no tiene como finalidad reconstruir las raíces de nuestra identidad, sino por el contrario encarnizarse en disiparlas; no busca reconstruir el centro único del que provenimos, esa primera patria donde los metafísicos nos prometen que volveremos; intenta hacer aparecer todas las discontinuidades que nos atraviesan.


SAER


Si la simplificación política tiene un género de expresión privilegiado, es sin duda la historia novelada. Pensar que se abarcará mejor la complejidad de una situación histórica mediante el género inclusivista por excelencia, la novela realista, es ya dar pruebas de un simplismo esencial que invalida de antemano la tentativa. Creyendo aferrar la verdad, el uso de un mal procedimiento no hace otra cosa que producir más ideología; la historia novelada cumple la doble hazaña de tergiversar al mismo tiempo la historia y la novela.

Un Uno



Harry Potter: supongamos alguien que ha ido leyendo la obra. De pronto, llega Harry Potter, la película. Las películas. Lo que se produce a partir de entonces es impresionante. 100.000.000 de lectores, que hace años acceden a las obras y las elaboran, que han producido 100.000.000 de imágenes diversas a partir del texto, de pronto, en pocos días y meses, homogenizan/homologan sus representaciones a las del film. Es decir, allí donde había 100.000.000 de imágenes, ahora hay 1.
Ello se debe, creo, a que la imagen cinematográfica tiene un valor probatorio paradójico: se va al cine para comprobar si lo imaginado –lo leído- coincide punto por punto con la película (en efecto, tengo amigos coetáneos que me juran que lo que vieron en el “Señor de los anillos” era exactamente lo que habían imaginado...). Se va a deponer la propia imaginación, en función de la imaginación verdadera o real: la que proviene de la pantalla. Y además dicha pantalla tiene un poder arrasador incontestable: una vez que la imagen mediática se ha instalado en nosotros, ya no nos abandona.

lo ilimitable

dejar una barca en el vallejo, o la montaña en el valle: podrá decirse entonces que están en lugar seguro. y sin embargo, alguien con bastante fuerza podrá, a medianoche, cargar ello sobre su espalda y llevárselo, sin que los que estén durmiendo se den cuenta.

dejar el pequeño en el grande es adaptado y, sin embargo, ello puede escaparse. Pero dejar el mundo entero en el mundo entero, de tal modo que ello no pueda escaparse, es la gran condición que asegura a las realidades su constancia.




[Zhuang zi]