notas negras 4


Notas negras

cuarto (y último) encuentro del año
Hablaremos de la iglesia afroamericana y el gospel


coordinan: ezequiel gatto - pablo jubany

Jueves 16 de diciembre
Central rebelde (Giros)
Bv. Avellaneda 1285
Rosario, Argentina

los esperamos!

Notas negras 3

n orleans music.jpg
Notas negras.
3° Encuentro: N.Orléans, Gospel, Blues y la emergencia de la comunidad negra.



coordinan: Ezequiel Gatto - Pablo Jubany




Jueves 2 de diciembre, 18.30hs.
Central Rebelde (Giros)
Bv. Avellaneda 1285
Rosario,
Argentina.

Los esperamos!


En pocas palabras:

la propuesta es recorrer ciertos aspectos de la historia afronorteamericana a través de textos, música y audiovisuales. La idea es hacer cuatro encuentros este año y retomar con otros cuatro el año próximo.


En muchas palabras:

la vida de los afroamericanos en los Estados Unidos constituye un conjunto de experiencias diversas: desde la esclavitud y la segregación, pasando por las luchas comunitarias, las producciones artísticas, las demandas sociales. Estas experiencias, lejos de ser pensadas desde la autosuficiencia y el pliegue identitario, permiten indagar en una de las situaciones de hibridación más apasionantes de la historia moderna. Al tiempo que, dadas las condiciones impuestas por la esclavitud, los negros pueden ser considerados la primer población globalizada, también pueden rastrearse, desde sus experiencias y relaciones con otras poblaciones, modos de imposición, intercambio, apropiaciones e innovaciones culturales que, si vuelven imposible imaginar una comunidad negra autorreferencial, no por ello invalidan la posibilidad de pensar los modos cambiantes y contradictorios en que se fueron constituyendo algo como subjetividades negras.
Las prácticas musicales formaron parte estructurante de aquellas producciones y subjetividades, ocupando un lugar privilegiado y constituyendo un espacio para la construcción de lazos sociales tanto como una vía de experiencias de resistencia posible o de articulación de territorios de intercambio simbólico. Al tiempo que la música aparece como un plano paradigmático para reflexionar sobre las diversas confluencias, contaminaciones y conflictos entre las tradiciones africanas y europeas, permite asimismo indagar sobre los procesos de aprendizajes y movilidad sociales de la comunidad afroamericana.
Estos procesos de enriquecimiento y complejización artística dan cuenta de las transformaciones socioculturales que, en una relación intrínseca y polivalente con experiencias políticas, acabaron por constituir e instaurar a las invenciones musicales afroamericana como la matriz de la música ciudadana por excelencia en los Estados Unidos, rasgo que abre la posibilidad de pensar las culturas populares metropolitanas.
Puede decirse que en la historia de la música y en la historia del pensamiento y la experiencia política es posible encontrar dos líneas maestras en la emergencia de subjetividades afroamericanas.
En ese sentido, este seminario se propone recorrer ciertos momentos, lugares y nombres donde los cruces entre música y política adquieren una relevancia especial para volver pensable estas subjetividades, sus sensibilidades, sus cosmologías, sus proyectos.
Tanto desde la materialidad (y) simbólica de los instrumentos que se van incorporando a la paleta de posible para una música "negra" como desde las coyunturas, estrategias y discursos que interpelan sobre las condiciones y horizontes de existencia de la black community (nombre que ha sido declinado de las más diversas maneras), pasando por las formas de resistencia y/o integración a las estructuras institucionales y comerciales, nos interesa analizar y pensar en torno a esas subjetividades afroamericanas.

viaje a chile

La revista digital Crítica.cl de Chile publicó un articulo que escribí sobre la revista Eco contemporáneo, referencia de prácticas culturales críticas y contracultura en la Argentina de los años '60.

Lo dejo para quien quiera leerlo... saludos!




uno



La fiesta de cumpleaños de quince de mi prima venía bien, pero yo no. Me agobiaba el calor, en pleno junio y en el hemisferio sur.
No era culpa de la gente, no: luego del shock histérico inicial, los presentes se habían ido apaciguando; una expectativa calma se había apoderado del ánimo de la mayoría. Ya no venían a mi mesa a cada minuto a pedirme que les firmara la servilleta, la agenda, la camisa, la corbata, el brazo, la media, el corpiño.
Luego del revoloteo inicial, durante el cual había sido dulcemente sometido a un enésimo ejercicio del autógrafo en mi vida, me había convertido -casi- en uno más. Un primo de la quinceañera agasajada. El que vive en España y le va bien.

No. No era la gente la que me ponía mal. Tampoco el clima, que cumplía con lo esperado para esa época del año.
Era ella. Que no estaba ahí.
Podía sentir su ausencia en mis manos empapadas; en el infierno crepitante que había hecho nido en mi nuca; en los muslos, repositorios desbordados de una energía que me impulsaba a correr. Las leves muecas de malestar en mi cara, mientras arqueaba las plantas de los pies y sentía cómo mis gemelos se acalambraban, eran microexplosiones, sustitutos raquíticos de la tensión interna.
Llovían imágenes suyas en mi memoria, una lluvia sin clinamen, monótona, inmodificable. Los recuerdos se amontonaban detrás de mis ojos y daban el tono a mi mirada. Al observarme más o menos voluntariamente, la gente, mis tíos, la cumpleañera podían creer que yo estaba viendo algo allí, algo de lo que pasaba, algo presente; que mi cabeza se movía respondiendo a los estímulos que la fiesta desparramaba en forma de vestidos, gritos, bailes, cotillón y música de la década de los 80.
Nada de eso.
Yo miraba una ausencia, intimaba con el vacío.
Fue entonces que mi teléfono celular hizo más intensas las vibraciones de mis muslos con una suerte de electroshocks en miniatura.
Dos largas vibraciones del aparato eran traducibles por la recepción de un mensaje de texto. Busqué el teléfono sabiendo que el mensaje era de ella. Y lo era.
Lo abrí y leí: Te extraño mucho!
En ese momento, mi cuerpo se relajó, los muslos se tomaron un respiro. Creo que llegué a sonreír. Pude volver a la fiesta, reconciliarme con el entorno inmediato. Casi participar.
Por un rato, me invadió una alegría que me volvía, no sé, un superhéroe, un inmortal, un ángel. Era imbatible. Atravesaba con una enorme antorcha con forma de mensaje de texto la larga noche del inquieto y huidizo amor.
Di una vuelta por la pista de baile. Incluso ensayé unos pasos con mi prima, quien dirigía una suerte de coreografía ejecutada por unos pocos. Sonaba un tema de Virus, Wadu-wadu. Todos me miraban y reían y yo, generoso, retribuía.
La coreografía se fue extinguiendo -sus participantes se daban a pasos autónomos o abandonaban el baile-; decidí que era momento de dar por terminada mi incursión en la pista. Me fui a sentar a la mesa 14, la misma que el patovica de la puerta me había asignado al llegar. Pocos pasos antes de alcanzar mi silla, me crucé con mi tío: gritándome al oído dijo: "Voy a buscar un champagne, nene. El cuarto, jejeje". Lo palmeé en la espalda, como aprobando o bendiciendo o apiadándome de su borrachera y me senté.
El DJ había elegido El temblor, de Soda Stereo.

De a poco se habían acumulado las ganas de contestar el mensaje: era tiempo de pasar a la acción. Cuando saqué el teléfono del bolsillo del saco, me di cuenta que quería escribirlo en un lugar tranquilo, más silencioso. Más íntimo, en lo posible. A mi alrededor no había nadie, pero yo quería más: quería estar solo. Guardé el teléfono y caminé hacía la salida del salón, suponiendo que en el hall de entrada encontraría algo así.
Me equivoqué.
El patovica de la puerta, al verme sólo, se alegró. La exclusividad que seguro deseaba se había vuelto, sorpresivamente, real. Su cara, brillando, se llenó de golpe de una enorme sonrisa que parecía a punto de desgarrarla. Vestía un traje negro, una camisa blanca y una corbata negra; portaba un cuerpo de gimnasio apuntalado en anabólicos y cama solar. Su felicidad infantil me enterneció. Era como un gigante bueno, o tonto. Le retribuí la sonrisa, sin decir nada. Esa reciprocidad muda pareció detenerlo, recordándole una distancia que su alegría pugnaba por acortar y que su cuerpo ya empezaba a concretar. Lo gambeteé a puro gesto, malogrando su impulso de venir hacia mí. Inmovilizado, de pie, a un costado de la mesa de roble barnizado que constituía su lugar en la fiesta, siguió sonriendo mientras me veía aferrar el picaporte metálico y abrir la enorme puerta de entrada, para que la calle y su frío se colaran en la fiesta; pero, sobre todo, para que una y otro me regalaran unos segundos -pocos, los necesarios para escribir y enviar un sms- de soledad.
La esquina de Maipú y la avenida Pellegrini estaba desierta. Sólo la alternancia de las luces de los semáforos le imprimía movimiento. De no ser por ellas, habría sido posible confundir el paisaje con una postal.
Hacía mucho frío pero yo estaba cómodo. Había encontrado lo que quería, lo que necesitaba: soledad teléfono mensaje ella.

No había acabado de pasar el rapto de alegría (unas cosquillas en la nuca) que una silueta se recortó en la luminosidad naranja de la esquina de enfrente, del otro lado de la avenida. Le faltaban pocos pasos para bajar a la calle; caminaba resuelta en mi dirección. No estaba lejos pero no alcanzaba a ver sino sus rasgos más genéricos: un adulto humano, macho, bien abrigado. Molesto por lo efímero de mi aislamiento, cansado y resignado a las presencias, busqué el teléfono en el bolsillo del saco, rogando que el caminante no me reconociera.
Cuando alcé la cabeza, la silueta era ya un hombre específico, concreto, único. Cruzaba lentamente el segundo carril de la avenida, con las manos en los bolsillos. Su cuerpo se ocultaba bajo un largo sobretodo verde que asemejaba la ropa militar del ejercito soviético. Unos pantalones grises de paño se asomaban por debajo para terminar descansando sobre unas enormes zapatillas de skater negras y violetas. (Un auto pasó a toda velocidad por Maipú, mientras que el semáforo de Pellegrini obligaba a un ómnibus a detenerse, delatando con un chillido la necesidad de cambiar sus pastillas de frenos).
Mi mirada buscó la suya. En sus anteojos, las luces de Pellegrini se reflejaron inquietas, inmersas en una danza caótica. Por detrás de las lentes, unos ojos relajados, confundibles con el desapasionamiento, se habían fijado sobre mí, sin compromiso, irresponsables. Me llamó la atención su corte de pelo. En la mollera tenía un gran mechón mientras que el resto de la cabeza estaba rapada. Parecía un judío con kippah, sólo que aquí el kippah era orgánico, brotaba del cuerpo.
Tardé unos segundos en reconocerlo. El corte de pelo me había desorientado tanto como los anteojos. Fue a partir de sus ojos y los rasgos de su cara que ese disfraz involuntario cayó y ese personaje hasta entonces ignoto que caminaba por Pellegrini y me miraba sin pasión, se dio un baño de pasado: ¡Era Ezequiel Gatto!
Azorado, no me animé a llamarlo. Entre avergonzado, sorprendido y alegre, lo seguí con la vista hasta que, de pronto, escuché voces que venían del lado opuesto. Me giré: hacia mí corrían unos niños y niñas; detrás de ellos, un adulto avanzaba a paso ligero. Sonó un bocinazo y un auto clavó los frenos justo en la esquina. La ventanilla bajó y la cara sorprendida de un adolescente parecía enmarcada como un retrato. Los niños ya estaban sobre mí, el pibe del auto me señalaba: "¡Es Messi!", gritó. Una de las nenas se abrazó a mi pierna derecha aullando: "¡Lío, Lío!".
Yo volví a girar mi cabeza, buscando a Gatto, a Ezequiel; sentí cómo esta nueva imagen suya, caminando lento por Pellegrini, se instalaba entre aquellas otras más antiguas. Creí que los gritos lo harían girarse, pero nada de eso sucedió. El pibe del auto ya se estaba bajando. De entre la maraña de chicos, brotó una mano con un papel en blanco y una voz dijo: "¿Me firmás un autógrafo, Messi?" Dije: "Sí, dáme el papel". Me senté en el tercer escalón de la entrada al salón. La montonera imberbe invadió por completo mi campo visual. No podía ver otra cosa que fragmentos de brazos, cuerpos, abrigos y cabezas, estaba sumergido en la tibieza de un agrupamiento humano.
Firmé el papel y me puse de pie. Mientras saludaba, comencé a retroceder. El patovica, pendiente, comprendió mi deseo y abrió la puerta. ¡Grande Messi!, gritó el pibe del auto, desde la vereda. Lo saludé con la mano.
Antes de entrar, miré hacia calle San Martín. Gatto seguía su camino.

nietzsche: sobre el uso de la historia


En cinco aspectos me parece que la sobresaturación de historia de una época puede ser peligrosa y hostil a la vida: en primer lugar, tal exceso provoca la oposición entre lo interno y lo externo y debilita así la personalidad; en segundo lugar, hace que una época se imagine que posee la más rara de las virtudes, la justicia, en grado superior a cualquier otra época; por otra parte, perturba los instintos del pueblo e impide que llegue a la madurez, tanto el individuo como el conjunto de la sociedad; implanta, también, la creencia, siempre nociva, en la vejez de la humanidad, la creencia de ser fruto tardío y epígono; finalmente, induce a una época a caer en el peligroso estado de ánimo de la ironía respecto a sí misma y, de ahí, a la acritud todavía más peligrosa del cinismo: y, en esta actitud, una época evoluciona más y más en la dirección de un practicismo calculador y egoísta que paraliza y, finalmente, destruye las fuerzas vitales.

Nietzsche, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, 1874

humor político

Al leer los escritos de Marcos o del EZLN, el humor resalta como una herramienta central en estas nuevas prácticas políticas. A una subjetividad (militante, o no) educada en la disciplina (escolar, fabril, militar) que un personaje político sea conocido como "Comandante Brus Li" no puede menos que desorientar. Frente a la estatalidad que suspende el humor, el zapatismo responde con ironías. Es decir, que en su estrategia de ser fiel a una lógica no simétrica en su relación con el enemigo, evita constituirse especularmente respecto al Estado. En cambio, utiliza un recurso que, al menos por ahora, la discursividad estatal no ha podido aprovechar. Pero por otra parte, no se trata de pensar que toda risa es revolucionaria o liberadora en sí. El humor de mercado, un humor nihilista, es un buen ejemplo de otro uso del humor y la risa. Un humor que por su voracidad termina impidiendo el pensamiento y la crítica, o siendo destructivamente cínico con ellos. Entre la solemnidad estatal y el chiste ilimitado, el zapatismo ha construido un lugar discursivo donde es posible hacer la revolución riendo.



(una nota que escribí sobre el zapatismo en 2008)

acaba

acaba de pasar

un grupo de 8 personas,

muy parecidas

entre si, todos

arrastrando fuerte las ojotas.

parecían una sub especie

o tribu urbana

pero de otro lado.

inseparables con esa actitud

involuntaria, de no pertenecer,

como de isla de gulliver.


Ja.


beduinos tropicales

inmunes por ingenuos.

Maradona: esa interfase


No.
No es cierto que el gol de Maradona a los ingleses sea el gol que siempre soñamos.
Lo soñamos desde que él lo hizo. Lo cual lo vuelve infinitamente más grande.
Porque Maradona no es la realización de nuestro ideal, sino el ideal mismo. Maradona es el gol
que queremos hacer.
Un ideal que no puede perder de vista su origen intrínsecamente mediático: el relato, la variedad de cámaras, hasta la porosidad misma de la imagen.
Maradona es el gol que queremos hacer tal como queremos que sea visto.





(en agradecimiento a la existencia de: De pies a cabeza. Ensayos sobre fútbol. Librazo).

escribir

La potencia de la escritura, hoy, parece ser la de ligarme a lo que sucede: no una pátina prescindible, una pasión autorreferenciada o un exceso evitable. Al contrario, vincula, cohesiona, algo de lo vivido para volverlo una experiencia. Nunca me resultó tan clara la dimensión estratégica de la escritura.


hemos


Hemos ingresado en una nueva era, la Era Electrónica, donde los credos de un milenio caducan en una generación, y los credos de una generación se anticúan en una década.






revista Contracultura, Argentina, 1970





ginsberg


.We must never underestimate the charm of being human

.I would like to write a poem. Divine Poem in the physical world

.What kind of secret organization of feelings did i go thru today?


.The world is full of strange noise, I turn on music which is the most strange